Debo decir que hacía tiempo que no conocía gente, otra gente, aprenderme otros nombres o recordarlos de otra manera, con otras caras.
A mi me pasa que cuando conozco a alguien se me suma la vida, porque para mi la vida se cuenta por los nombres que llevo dichos.
Y esa noche, en este desierto, dije nombres nuevos que me recordaron los sueños, me recordaron la vida palpitando en el baile y en el canto, me recordaron la muerte, humillada y olvidada, me recordaron las palabras y las caricias, la ternura y la locura.
Y me recordaron que no todo se ha perdido, que la historia no termina y que la rebeldía se teje profunda y calladita. Que los que van a perder se deberían cuidar de nuestras canciones y nuestros abrazos y deberían decirle a la noche que no nos bendiga las manos y a la tierra que no nos procure la vida.
Dejé por un rato de escribir y la canción me quedó rumiendo en la boca
“Nadie se va a morir menos ahora
que esta mujer sagrada empina el ceño”
“Nadie se va a morir la vida toda es un breve segundo de su tiempo”
No se si pueda decir algo con lo que digo pero yo en realidad creo que nadie se va a morir y que algunos muertos se van a levantar y otros que bailaban en la casa de al lado van a llegar con unas botellas de copiapino en las manos