jueves, enero 04, 2007

MISA

Perdón

El silencio reseco en que se descubre esta tierra
nos obliga a guardar tu rostro arrodillado
y te pide gritando que no lo abandones
que le mantengas intacto el recuerdo de tu misericordia
y de la dulzura viajera que en su llanto se esconde

el silencio estridente que descubre estas manos
aún permanece abierto en la memoria del tiempo

Gloria

Los que alguna vez encumbraron su sueño
tan alto que parece un milagro
hoy se convierten en pesos de nuestro descanso vacío
¡Aquellos que la ternura les permitió amarse desnudos!
y que maniataron al cielo con su insulto celeste
hoy descansan abiertos en la memoria del tiempo
en medio de su alabanza que, más que eso, es un grito
y más que un grito es su nombre


Aleluya

Antes dijeron que los pasos
que tuvieron que volar
se habían convertido
sólo en esa arena que no deja ver
y que cierra los ojos de quien se va hundiendo
Y después terminaron por olvidarse
Y por desarmarse en cada
camino que emprendían
después nos mintieron como si fuéramos
nosotros
los que nos estábamos mintiendo
Como si de pronto nosotros
Hubiésemos abierto esa puerta
Por donde entró el aire
Que nos heló los huesos
Y de paso el alma

Credo

Escucharon sus nombres
mientras el ruido de la muerte
les hablaba del miedo y del silencio
y mientras no comprendían que serían recordados
como los que, soñando, desaparecieron

Como los que, con sus delgadas siluetas,
atravesarían la punzante victoria de la neblina
y allí se quedarían escuchando su himno
o el absurdo recuerdo de sus promesas

Y antes que supiéramos que nuestra vida
no era lo que habíamos vivido
sino que era aquella sombra que,
siendo niños habíamos temido conocer

Ellos nos hicieron entender que teníamos
en las manos las mismas cicatrices de las
que se enorgullecía, sólo el canto serrano
de la hembra perdida a quien quisieron llamar
de veintidós maneras distintas pero
que sólo consintieron en bautizar
con el nombre que su propio llanto les otorgó

Padre Nuestro

Desde la tierra que nos visita
de vez en cuando
hasta el cielo que propone nuestra forma de amar
se vieron destruidos con el dolor de tu frente
con la estrella terrible que atravesó tus alientos

Y ese frío impaciente que por miedo provocaste
aún no lo hemos sabido perdonar
no hemos sabido perdonar el color amargo
de tus palabras sin vida
ni la madera gastada que barnizó tus baúles

Porque ni siquiera hemos sabido responder
a la pregunta que nuestra entraña vacía
nos repite mientras soñamos
(por qué aún no hemos sabido asesinarte
o desnudar tu cuerpo para que se puedan ver
tus espantos)

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