jueves, febrero 09, 2012


La Pancha

Cuando Emilia cuelga el teléfono siente el deseo de arrojarlo con toda su fuerza contra la muralla que tiene enfrente, en vez de eso lo ubica en una mesa, se toma la cabeza, se seca la lágrima y sin buscarlo se entrega a la pena y al recuerdo.

El primer recuerdo que tiene de la Pancha su abuela es de la tarde en que llegó en el tren que venía de Montandón una mañana de noviembre. Traía un canasto en una mano y una maleta de madera en la otra y desde que entró en la pequeña casa del Potrerillos de su infancia, esa casa no dejó de tener el alocador y colorido ruido de la alegría. En la mañana era el ruido de la cocina y los desayunos de leche condensada y de pan caliente, en la tarde el ruido de la radio o de la telenovela y llegada la noche, los vasos de malta con leche y refrescos con gas adornaban el dominó y los naipes que trasnochaban el toque de queda y el miedo.

Para ella y sus hermanos, en cambio, el mejor ruido era el de La Pancha contando sus cuentos. Tener que irse a acostar no era penoso ni se deseaba ser mayor para poder seguir en las cartas si la Pancha invitaba a conocer al héroe de esa noche. Bastaba con cerrar los ojos y ver, como en sueños, la historia de un bandido a caballo que atravesaba la cordillera juntando miedo, pasión y riquezas. O imaginar la historia de una doncella que se viste de hombre, y se va a la guerra para seguir a su amado.

Años después cuando todavía recordaba esas historias, Emilia pudo entender que no sólo eran los personajes vestidos de aventuras y de amores imposibles lo que hacía el delirio de aquellas noches de verano sin noticias ni farándula. También se trataba de la Pancha y su magia, su esconder personajes como adornos para que de pronto aparecieran como los magos de la historia o contando sólo parte de sus vidas y llevar a todos hacia una pieza oscura que no tiene ventanas y prender la luz y correr las cortinas descubriendo el amanecer cuando todos presentían la medianoche.

Cuando ya había llorado y recordado lo suficiente, decidió tomarse una taza de té antes de salir a buscar algo que la llevara de Valparaíso a Copiapó, allí más cerca de la Pancha seguramente se sentiría más tranquila.

1 comentario:

BELMAR dijo...

me gustò este relato!